Se trata de la colocación del azulejo de Nuestro Padre Jesús
del Prendimiento, en su lugar sobre los muros de la Iglesia de Santiago,
azulejo que vuelve a esa esquina mágica en la que siempre estuvo, y además,
flanqueado por unas réplicas exactas de los faroles de hierro forjado que
completaban el conjunto y que fueron sustraídos en su día.